Los 'sapeur' son congoleños humildes que gastan el dinero que no tienen en ropa de lujo para distinguirse. Sienten pasión por la moda: «Es la única manera de hacer la vida más aceptable», aducen.
La estirpe más admirada, respetada, envidiada y estilosa de la República del Congo. Aunque resulte paradójico, en un país donde la inmensa mayoría de familias subsiste con menos de un euro al día, hay hombres tan obsesionados con el vestir que se gastan el dinero que no tienen en ropa de lujo; grandes fortunas que les llevan incluso a pasar hambre para disfrutar, distinguirse y, también, mirar con altanería a sus compatriotas. Adoran la moda francesa y sueñan con viajar a París y regresar algún día a Brazzaville, la capital de su país, como aristócratas de la elegancia. La llegada de los franceses al Congo, a principios del siglo pasado, cultivó el mito del 'chic' parisino entre los jóvenes que trabajaban para los colonos.
Orgullosos de su condición, tienen sus reglas. Siempre lucen marcas famosas, nunca repiten modelo y jamás combinan más de tres colores a la vez en sus conjuntos. Es gente de principios. Se compran primero los zapatos -cada vez se tiran más a los Crockett & Jones, una de las mejores firmas inglesas de calzado- antes de hacerse con los trajes -a ser posible de Giorgio Armani- y culminan con los complementos, incluidos los puros, que llevan casi siempre de adorno y rara vez fuman por ser demasiados caros.
No hay quien deja de ver detrás de esta exquisita forma de vestir una cierta arrogancia que otros muchos interpretan, sin embargo, como un mecanismo de supervivencia y protesta ante la miseria que les rodea. «Lo que diferencia a un 'sapeur', más allá de su elegancia, es su moral. Nunca se pelea ni roba, tampoco maltrata a su mujer ni se va con la del vecino». Todos sueñan con dejar huella y emular a G. A. Matsoua, el congoleño que regresó de París, en 1922, vestido como un 'monsieur'. El primer gran 'sapeur'.
